CUANDO ELLA VIENE.

lunes, 3 de agosto de 2009 en 10:39:00
No me es posible estar solo. Cuando creo haberme librado de todas las personas y todos los personajes que habitan este mundo, siempre aparece ella mirándome con los ojos fríos del espejo y lo malo es que sus ojos no mienten.

Me quedo desnudo, tan desnudo que ni la piel me sirve para cubrirme. Ahí estoy frente a ella sin poder esconder nada y ¡vaya que lo intento a veces!; pero es en vano. Ella puede verlo todo en mí y me recuerda que eso que me dice es exactamente lo que soy.


Frente a ella me quedo sin armas, sin pueriles excusas, sin sofisticados y bien fingidos argumentos. Frente a ella soy tan escueto que sólo mi sombra me sirve para demostrar que existe la luz. Frente a ella la vida ocurre diferente, sin tapujos, sin falsas esperanzas. Frente a ella soy simplemente yo.


A veces confieso que me asusta cuando me muestra tal cual soy, hermoso, sí, pero con grietas profundas. Pongo sobre la mesa mis fortunas y mis miserias y las contemplo, con orgullo a unas y con desprecio a las otras, pero finalmente, fortunas o miserias son todas tan mías que el orgullo y el desprecio no son más que formas de mirar, modos de conseguir la síntesis de lo que guarda mi alma en un cofre que es sólo para mi... y para ella cuando viene a visitarme.


Ella está siempre a mi lado, me persigue, pero logro ocultármele en presencia de extraños. Es entonces cuando aprovecho y me pongo el disfraz de las circunstancias, por que, siempre uno se parece a las circunstancias, sobre todo ante aquellas miradas que se conforman con tan poco, que unicamente pueden ver lo que está a la vista y nada más.


Pero cuando no hay extraños ella viene y me recuerda lo que finjo olvidar para mantenerme a salvo de mí mismo. ¿Necesito estar a salvo de mí?... a veces sí. Desde siempre he sido mi peor enemigo y entablo un duelo a muerte en el que no se distinguen ni la victoria ni la derrota. Ella me pone frente a todos los caminos posibles y también me muestra mis miedos para que yo pueda elegir.


Cuando ella llega, mi primera reacción es de reclamo, porque a ella no se le olvida nada, habita mi memoria como dueña y señora de mi tiempo, pero, a medida que las horas pasan, nos reconciliamos y empiezo a necesitarla, la poseo y me posee: nos amamos.


Los días pasan y ella suele tardar en volver. Por momentos puedo verla si cierro los ojos, pero cuando los abro se diluye en la realidad, porque ella vive ahí, en el aire, en la luz y en las tinieblas, en el silencio y los sonidos, en las endijas de la vida.
Por eso, aunque se demore, aunque le temo, la espero y sé que siempre va a volver mi amada, mi compañera: mi bendita soledad.

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